martes, 2 de octubre de 2012

Mientras se nos recuerda, seguimos vivos.

No creo en Dios. Ni creo en el cielo.
Las personas mueren. Y muere su cuerpo, muere su alma, muere su mente. Es un instante donde todo su organismo deja de funcionar. Y ya está. Son cuestiones biológicas. Naturales. O no. Pero en el caso general si. Yo no creo que su espíritu viaje por el mundo hasta que ya se sienta en paz, y pueda irse al cielo. No creo en la reencarnación ni en las segundas oportunidades. Todos somos conscientes de que vamos a morir. Muchos de nosotros nos pasamos media vida preparando el cementerio. La magia es que ninguno tenemos la fecha de caducidad inscrita en nuestro DNI cuando nacemos y nos identificamos. Sería horrible vivir pensando en cuántos días te quedan. Hay que disfrutarlos todos, desde ya. No como si fuesen los últimos, sino el primero.

Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Nadie puede valorar todo lo que le aporta una persona, hasta que de pronto dejas de tenerla. Y entonces la echas de menos.
Uno de mis libros favoritos (Marina) decía algo así como: "Mientras se nos recuerda, seguimos vivos". Nosotros somos los que tenemos la posibilidad de seguir sintiendo a esa persona. De seguir manteniéndola entre nosotros. Por mucho que ya no esté físicamente en la tierra. Por mucho que ya no puedas abrazarla, ni puedas reírte con ella como tantas veces te gustaría. Cada persona deja su marca. Cada persona deja su historia, deja su pasado, sus recuerdos. Sus lugares. Alegrarse y poder sentirte satisfecho de que la vida que has tenido es la adecuada. De que la has aprovechado y has hecho todas las cosas que querías hacer y con quien querías hacerlas. Y que los demás se den cuenta, de que por mucho que en grandes ocasiones podamos sentirnos impotentes y completamente solos, sigue estando ahí. En Madrid. Contigo, donde sea.


Cierra los ojos. Respira tu aire. Recuérdala. Y ahora sonríe y sigue disfrutando de tu vida.
Es todo lo que tienes que hacer.

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