domingo, 21 de junio de 2015

Cuando confundo el corazón con los árboles, y la navidad con las cuatro estaciones.

Está dormido. Está metido en una caja guardado al fondo del trastero y custodiado por capas y capas de polvo. Ignorándolo el resto del año, como si no existiera, pero con la tranquilidad de que aquel día que se necesite estará allí, guardado bajo llave. Y siempre llega el día. Y entonces de repente lo cuidamos y lo mimamos, lo adornamos y le ponemos una corona para anunciar y reflejar lo importante que es. Aunque todos sabemos que su función ya tiene fecha de caducidad. No nos gusta pensar en ello.
Hay noches que los millones de cables que le rodean brillan y se encienden, y entonces él parece que baila y parece que canta, y hasta parece que sonríe. Las luces se apagan y se vuelven a encender… Y en todas esas idas y venidas él espera expectante con los ojos abiertos, preparado para dar el próximo salto. Preparado porque siempre piensa que hay un próximo, y nunca se acuerda de cuándo.

Sin embargo, hace tiempo que no ponemos el árbol de navidad, y el verano ya ha llegado.

viernes, 12 de junio de 2015

tic-tac-tic-tac-tic-tac

Hay personas que sienten el silencio como una vibración eléctrica en sus tímpanos, otras, disfrutan de la armonía que descansa en la ausencia de realidad.
Hay personas que sienten la soledad desde el sofá del sótano como un abismo de vértigo, otras, disfrutan de la paz que produce encontrarse consigo mismo.

Ella era una de esas personas a las que le gusta el silencio, y le gusta estar sola.

Siempre llegaba tarde y quienquieraquefuese quien la estuviera esperando lo sabía. Quizás por eso seguía llegando tarde. Por eso y por su absurda disonancia de contar y medir las horas.

En menos de dos años se le habían roto tres relojes que su familia siempre la regalaba (con poca casualidad y mucho disimulo). Así que ella ya se acostumbró a vivir con las muñecas desnudas y la puntualidad al fondo del bolsillo, -allí donde siempre se pierde todo- junto con la cordura.

Definitivamente decidió, dos años más tarde, que quería recuperar la noción de su tiempo y se compró uno pequeño y cómodo.
Fue entonces, cuando comprendió y recordó cual era la verdadera razón de por que nunca los llevaba.

Con su reloj, el silencio estaba marcado por el tiempo y la soledad era un eco que interrumpía sin parar: tic-tac-tic-tac-tic-tac-tic...