Está dormido. Está metido en una caja guardado al fondo del
trastero y custodiado por capas y capas de polvo. Ignorándolo el resto del año,
como si no existiera, pero con la tranquilidad de que aquel día que se necesite
estará allí, guardado bajo llave. Y siempre llega el día. Y entonces de repente
lo cuidamos y lo mimamos, lo adornamos y le ponemos una corona para anunciar y
reflejar lo importante que es. Aunque todos sabemos que su función ya tiene fecha de
caducidad. No nos gusta pensar en ello.
Hay noches que los millones de cables que le rodean brillan
y se encienden, y entonces él parece que baila y parece que canta, y hasta
parece que sonríe. Las luces se apagan y se vuelven a encender… Y en todas esas
idas y venidas él espera expectante con los ojos abiertos, preparado para dar
el próximo salto. Preparado porque siempre piensa que hay un próximo, y nunca
se acuerda de cuándo.
Sin embargo, hace tiempo que no ponemos el árbol de navidad, y el verano ya ha llegado.