lunes, 26 de octubre de 2015

Te voy a contar la historia de un chico. Quizás te parezca imposible, él hay días que se levanta y tampoco puede creer que todo eso sea real. Pero lo es. Ha escrito ya varios libros intentando dar razones cuerdas a todo aquello, pero incluso con las cientas de preguntas que le hace la gente, aun continúa respondiendo las suyas propias.

Él era un apasionado de la fotografía. Le encantaba todo lo que tuviera que ver con plasmar pequeños cachitos de nuestro día a día, y sobre todo aquellas cosas que estaban ahí pero todos pasábamos por alto. Por ello, empezó a trabajar desde temprano, a penas diceiséis años, en cualquier almacén o tienda que le diese algo con lo que poder ahorrar. Ahorros que siempre invertía en cámaras, objetivos, trípodes o cursos que le hiciesen mejorar... Poco a poco se fue dando cuenta de que si realmente quería fotografiar, tenía que moverse, tenía que viajar. Así comenzó su aventura.

Conoció lugares y personas, paisajes y rincones preciosos, y los guardó para siempre en su cajita negra. Sin embargo en todas esas idas y venidas, se dio cuenta de que solo había una cosa común a todos ellos, que muchos de nosotros pasábamos por alto: el cielo. Y así fue como inicio su nueva etapa.
Comenzó a estudiar astronomía y a interersarse por todo lo lejano. Pero antes de iniciarse, quería conseguir un último recuerdo de su recorrido. Emprendió entonces, su último viaje, pisando por todos los paises de cada continente, y consiguiendo, en cada uno de ellos, una nueva pieza que le sirviese para formar su propia cámara de fotos. Una cámara que estuviese hecha con piezas de todo el mundo. Parecía complicado, pero había muchos detalles que completar, y finalmente lo consiguió.

Cada vez que lograba ver más y más cerca las estrellas, constelaciones y los distintos planetas, más tiempo le dedicaba. Tenía su propio rincón a las afueras de la ciudad donde había una oscuridad completa, y se pasaba las noches allí, sin darse cuenta. Un lugar que solo él conocía.
En una de estas mágicas noches donde la luna a penas hacía de sombrilla con su alrededor, distinguió una esfera que no estaba escrita en libros ni publicada en revistas. Percibía en ella un color púrpura con una recta perpendicular azul celeste atravesándola. Lo curioso era que cada vez que intentaba verlo fuera del objetivo de su cámara, desaparecía. Desde aquella noche dedicó todo su tiempo y energías a estudiar ese nuevo fenómeno inexplicable. Comprendió que necesitaría un material mejor, así que definitivamente desarrolló su instrumento más allá de lo que estaba a la orden del día en el mundo de la tecnología.
Consiguió imágenes con una calidad tremenda, hasta tal punto que distinguió que aquel color púrpura estaba formado por un verde grisáceo que caracterizaba la mayoría de la esfera y un negro rojizo donde parecía quedar algo más de vida, y la recta perpendicular azul celeste tan solo consistía en una valla de kilómetros y kilómetros de distancia que dividía las fronteras de aquel espacio.


Entonces fue cuando comprendió, que con pedacitos de cada parte del planeta, había creado la cámara que reflejaba el espejo del mundo, en el futuro.