sábado, 8 de febrero de 2014

Incomunicación como entendimiento de la comunicación.

Las personas no saben lo que es estar solo. Quizás vivas lejos de tu gente y tu ciudad, puedas sentirte incomprendido o podrás creer que no tienes el apoyo que necesitas... Pero nadie llega a entender lo que de verdad significa la soledad, hasta que vives semanas en una pequeña porción de tierra y grandes masas de agua como único remedio a la desolación.

Aún me resulta increíble que tenga las fuerzas suficientes para escribirlo. Que no haya olvidado las palabras.





Todos los días eran como dos gotas de agua y hasta dos gotas de agua eran más diferentes que mis días. El sol como reloj y el vaivén de la marea para saber que aún no había perdido uno de mis sentidos. Aprendí a escuchar al silencio y, a veces, cantaba para que mi voz no se oxidara de telarañas y polvo.

Los primeros días la inquietud me mantenía entretenido imaginándome qué iba a pasar. Escribía distintas opciones en la orilla y confiaba que aquella que la ola borrara más tarde correspondería con mi futuro. Poco a poco me cansé de esperar y una sensación de rabia e impotencia me recorría las 24 o las horas del día que viviese. Como comprenderéis medir el paso del tiempo cada vez se hacía más pesado y creía vivir varios amaneceres en noches que ya habían sido días.

Intenté comunicarme. Es cierto. De esa estúpida e inútil forma como mil veces había visto en las películas. Entonces parecía que pequeños resquicios de luz animaban una esperanza que seguía intacta. Que no os mientan cuando digan que es lo último que se pierde. A los días mi paciencia ya había acabado con ella, como ella estaba acabando conmigo.

Empecé a preguntarme qué sería de mi familia y amigos. Quién ganó la liga de fútbol (si es que ya había acabado) y hasta me pregunté si mi hermana logró aprobar por fin el carnet de conducir. La cantidad de fiestas y cenas ricas que me estaría perdiendo, cómo sería el final del libro que había dejado a medias... Trataba de mantener esos pensamientos alejados de mí, porque suponer la vida de las personas con las que compartía mi rutina, hacía que todo mi cuerpo se estremeciese, como si quisiera encogerse hasta romperse y desaparecer en pedacitos.

Sólo cuando echas de menos de verdad entiendes que el vacío también puede llegar a pesar.



Allí comprendí lo poco que apreciamos la velocidad del tiempo que invertimos en cada cosa; un día escribes un mensaje instantáneo a tu amigo avisándole de que quedan 7 minutos para llegar a su casa y, al día siguiente, te ves esperando una respuesta nosesabecuándo de nosesabequién para nosesabedónde, a una pregunta que has tardado días en lograr hacer.

'El tiempo no pasa a la misma velocidad en todos sitios', pensaba.  





Y bueno... Supongo que la desesperación tiene un límite que me llevó a un estado de ánimo algo complicado de definir. Era como una tregua con mi conciencia, una liberación de mi espíritu, como una sonrisa de paz en plena guerra. Una capa de autoprotección ante la debilidad, no sólo física, sino mental, que se había ido apoderando de mi. Me sentí tranquilo. A veces se rema y otras tan sólo te dejas llevar, para mi flotar allí era estar en equilibrio con el resto del mundo.
Me dedicaba tanto tiempo que conseguí conocerme y descubrir cosas de mi que nunca antes habría imaginado. Sé que cualquiera que observe esto desde fuera lo puede ver como la fase en la que 'perdí la cabeza' pero, lo cierto es que, la calma que logré sentir me ayudó a sobrevivir, y vivir un poco también, los últimos días. Probablemente fuera irreal, la imaginación se activa de una forma asombrosa cuando estás solo e incomunicado; imaginar no es recordar, es crear aquello que no has visto anteriormente, y cuando llevas un tiempo sin ver ningún tipo de realidad inventar las tuyas propias resulta mucho más sencillo.

Empecé a creer en esa autosuficiencia que siempre había rechazado como ser social, ya que era lo único con lo que podía contar (conmigo).

Y yo no dejaba de repetirme; 'el ser humano es capaz de acostumbrarse a cualquier cosa.'




Lo sorprendente fue cuando llegue a casa. No tenía ganas de hablar con nadie, ni de dar esas señales de vida que hace tiempo dejé de dar. Y que supongo que, hace tiempo, la gente dejó de esperar. Al fin y al cabo ellos también se habrían adaptado a mi ausencia, ¿no?

Terminé mi libro y me sentó como ese primer sorbo del café de invierno que está demasiado caliente, pero no te importa. Seguía sin darme cuenta de que ya había vuelto a la vida real, y sentía una cierta nostalgia por la conexión que había llegado a tener con la naturaleza todos esos días. Todo eso, que ahora, habita en mi.




Lo cierto es que, por mucho que pueda escribirlo o contarlo, nadie conseguirá entender lo que para mí significa. Quizás por eso creo que nunca comunicaré este comunicado de mi incomunicación como náufrago. Y fue a partir de entonces cuando me di cuenta de que el contacto y la cercanía con las personas no implicaba necesariamente una mayor relación con ellas: hay en mi ciudad, todos los días, millones de personas que hablan sin decirse nada.


'Mi silencio allí decía más que mucho de lo que se dicen algunas personas hoy en día'

sábado, 1 de febrero de 2014

(Re)nacer.

El mundo debería ser un renacer constante.
Un constante reciclaje emocional. Pero sin anteriores.

Que no estuviera permitido el prefijo "re".
Ni la falta de nada.

Vivir sin rencor, orgullo, nostalgia.

Vivir con la ilusión de que todo son primeras veces.
Con las mismas ganas de un niño la mañana del 6 de enero.