sábado, 18 de abril de 2015

Hoy no dejan de mimarla y cuidarla.
La mecen, frágil, hermosa. La protegen invisible, a veces como queriendo ocultarla, otras haciéndola más bella. Dándola calor, escondiendo su brillo.
Hoy nos mira con cara de preocupación. Transmitiendo frío en su mirada, casi como si quisiera absorber el de la Tierra. Pero hoy no. Esta noche no.

A veces la miras y sólo entonces es cuando comprendes que todo gira.
A veces necesitamos mirar la luna para sentir que todo cambia. También ahí fuera.

Tan lejos y tan cerca al mismo tiempo. Tan fuera de su luz, tan dentro de la pálida sombra que refleja las ventanas de nuestras casas.
Supongo que el sol envidia a la luna porque a ella si que la miran a los ojos. Pero su energía no es tan fuerte. Es distinta. Una niña débil que juega con su linterna gastada bailando sobre nuestras cabezas.

Y esta noche, se está quedando sola. Como si ya nadie quisiera hacerla compañía. Ahora las nubes en vez de mecerla, huyen de ella.

¿Qué pensará de la locura de nuestro planeta y su tierra artificial? ¿Qué extrañará perdida y tierna, columpiándonos en su tela de araña?

Cierra los ojos. Imagínala. Imagínate allí.
Imagina que eres ella.


sábado, 11 de abril de 2015

Nuestros zapatos sucios caminan lento

La absurda y equivocada idea de todos esos zapatos que pasan a mi lado. Aquellos que apenas tienen ojos, ni tacto. Tan sólo un apreciado y disimulado alejado desprecio. Uno de los tantos prejuicios que habitan en las calles de mi ciudad. El error de creer que nuestra preocupación viene dada por la ausencia de un espacio propio, por la llegada del frío. Y digo ‘nuestra’ vulgarmente, porque parece que todos aquí somos una única unidad indiferenciable, y las acciones de uno serán las acciones de todos nosotros. Un nosotros que es tan indivisible y fragmentable que nunca se había escuchado antes una unión tan frágil y fuerte a la vez. Una etiqueta definida por aquellas bocas con derecho suficiente a clasificar seres humanos. Y son, principalmente, esos seres mayores lo que llevan los zapatos más limpios y rápidos. Aquellos sin ojos ni respeto.

Creo perderme. Día tras día un poco más, más lejos de mí, de quién era, de quien todavía soy. Mi identidad, y con ellas todas las personas que habitaban en mí. Pero, día tras día, me pregunto si estos  rápidos zapatos suelen caminar solos también. Si su prisa les permite preguntarse cómo están y dónde estarán sus personas. Si saben con certeza dónde están ellos también.

Así que si, nuestros zapatos sucios caminan lentos, pero libres, con tacto y muchos, muchos ojos abiertos.