sábado, 11 de abril de 2015

Nuestros zapatos sucios caminan lento

La absurda y equivocada idea de todos esos zapatos que pasan a mi lado. Aquellos que apenas tienen ojos, ni tacto. Tan sólo un apreciado y disimulado alejado desprecio. Uno de los tantos prejuicios que habitan en las calles de mi ciudad. El error de creer que nuestra preocupación viene dada por la ausencia de un espacio propio, por la llegada del frío. Y digo ‘nuestra’ vulgarmente, porque parece que todos aquí somos una única unidad indiferenciable, y las acciones de uno serán las acciones de todos nosotros. Un nosotros que es tan indivisible y fragmentable que nunca se había escuchado antes una unión tan frágil y fuerte a la vez. Una etiqueta definida por aquellas bocas con derecho suficiente a clasificar seres humanos. Y son, principalmente, esos seres mayores lo que llevan los zapatos más limpios y rápidos. Aquellos sin ojos ni respeto.

Creo perderme. Día tras día un poco más, más lejos de mí, de quién era, de quien todavía soy. Mi identidad, y con ellas todas las personas que habitaban en mí. Pero, día tras día, me pregunto si estos  rápidos zapatos suelen caminar solos también. Si su prisa les permite preguntarse cómo están y dónde estarán sus personas. Si saben con certeza dónde están ellos también.

Así que si, nuestros zapatos sucios caminan lentos, pero libres, con tacto y muchos, muchos ojos abiertos. 

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