domingo, 21 de junio de 2015

Cuando confundo el corazón con los árboles, y la navidad con las cuatro estaciones.

Está dormido. Está metido en una caja guardado al fondo del trastero y custodiado por capas y capas de polvo. Ignorándolo el resto del año, como si no existiera, pero con la tranquilidad de que aquel día que se necesite estará allí, guardado bajo llave. Y siempre llega el día. Y entonces de repente lo cuidamos y lo mimamos, lo adornamos y le ponemos una corona para anunciar y reflejar lo importante que es. Aunque todos sabemos que su función ya tiene fecha de caducidad. No nos gusta pensar en ello.
Hay noches que los millones de cables que le rodean brillan y se encienden, y entonces él parece que baila y parece que canta, y hasta parece que sonríe. Las luces se apagan y se vuelven a encender… Y en todas esas idas y venidas él espera expectante con los ojos abiertos, preparado para dar el próximo salto. Preparado porque siempre piensa que hay un próximo, y nunca se acuerda de cuándo.

Sin embargo, hace tiempo que no ponemos el árbol de navidad, y el verano ya ha llegado.

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