lunes, 28 de mayo de 2012

A veces nos enamoramos.
A veces simplemente jugamos al azar.
Lo que está claro es que la mayoría de las personas acaban encontrando algo o alguien a quien dedicar y con quien compartir el resto de su vida. A veces creando una familia, a veces entregándose a su trabajo, a veces al amor. Es algo que no podemos escoger, viene solo. Algunos tienen la suerte(o la desgracia) de encontrarlo desde muy jóvenes, y aún sin saberlo, que se convierta en algo eterno. Nos enamoramos con quince, diecisiete o veinte años y lo último que pensamos es que esta será la persona definitiva. Pero a veces ocurre. El amor no tiene fecha de caducidad y puede aparecer cuando menos te lo esperas. Incluso cuando pensabas que jamás volvería a ocurrir.

Hace ya un tiempo mi abuelo Nicolás decidió escribir dos cartas en las cuales le pedía la mano a dos mujeres diferentes que a penas conocía. Una de ellas fue mi abuela y simplemente por el hecho de contestar antes se quedó con ella.
Ahora no hay noche que no se den un beso antes de acostarse, ni mañana en la que mi abuela no esté dispuesta a entregarse a él durante todo el día, y él a ella. Hace poco menos de una semana decidieron marchar a Galicia, donde quedan los recuerdos de gran parte de su historia y de la que cada verano seguimos construyendo. Hoy, hace 54 años se casaron. Y hoy, estoy segura que después de esos 54 años y con mucha experiencia y vida por delante siguen siendo lo más importante el uno para el otro y el otro para el uno.



Estoy orgullosa de poder vivir comprobando como hay historias que realmente si pueden ser eternas, y lo que es mejor, formar parte de ellas.

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