lunes, 2 de enero de 2012

Acostumbrarnos nos malacostumbra.
Cuando nos habitúamos a las cosas como a las personas acabamos dándole menos importancia. Dejamos de valorarlas. A veces incluso llegan a pasar desapercibidas.
Cuando conoces a una persona y te das cuenta de lo grande que es, puedes tirarte semanas pensándolo, en cambio es difícil seguir reconociendo a día de hoy lo genial que es tu amigo de la infancia. Y así pasa con todo. Escuchas practicamente las mismas canciones todos los días, y ya no te sorprenden. Te las sabes más que de sobra y ni si quiera te paras a pensar en la letra ni en todo lo que dicen.Lo buenas que son. Entonces te metes en el coche y pones la radio, y empieza a sonar esa misma canción. Y no sabes por que, pero te emocionas. Te entra un escalofrío de pies a cabeza que no puedes evitar. Como si fuera otra. Como si alguien te recordara lo maravillosa que es. Como si necesitaras que algo o alguien te lo recordara...
Y así pasa con todo. Con las personas que tenemos en nuestra vida y que solemos infra-sobre/valorar, y hasta con los lugares... Pasas siempre por los mismos sitios. En el autobús. En tu paseo rutinario. Paisajes que ves a diario y no te paras a pensar en lo increiblemente bonitos que pueden llegar a ser. En lo que son. Cómo son. Incluso subes a tu azotea y ya ni si quiera te asomas a ver Madrid.



Pero ¿a dónde vas tan rápido? Stop. Mira lo que tienes. Mira lo que hay.
Es cierto... La vida puede llegar a ser maravillosa.

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