miércoles, 29 de mayo de 2013

Tanto miedo a perder como a que se nos quite el temor.

Nacemos con miedo... es algo natural. Forma parte de nuestra condición humana, no hay de qué preocuparse. Todos hemos tenido miedo a la oscuridad y a los fantasmas, a levantarnos a mitad de la noche para beber agua o a quedarnos solos en casa. Teóricamente a medida que vamos creciendo estos miedos van desapareciendo... nos damos cuenta que no vamos a quedarnos ciegos si no hay luz, que ningún monstruo va a salir debajo de la cama para comernos. Aunque me temo que mi fobia demostrada a las arañas va a seguir acompañándome durante el resto de mis preciados años, vamos teniendo más confianza en nosotros mismos y todos estos miedos "físicos" se van simplificando a simples paranoias mentales que cualquier adolescente o persona adulta puede tener por la cantidad de noticias o películas terroríficas vistas.

Pero entonces llegan los miedos "psíquicos". Los peores. Y sin darnos cuenta avanzamos retrocediendo. Perdemos la confianza que habíamos adquirido, ya no sólo en nosotros mismos, sino en la gente que nos rodea. Entonces aparecen todas esas inquietudes y esa incertidumbre que nos persigue a todos... esa manía constante de pensar que tarde o temprano podremos perder a las personas con las que nos hemos ya acostumbrado a vivir. Los ídolos de tu vida, los que forman parte de tu rutina. Anticipar el dolor pensando en que nos fallarán, o quizás que el tiempo nos distanciará o que simplemente sea este tiempo el que acabe llevándose a nuestras personas, por ley de vida, por el destino de ella: la muerte.

Comenzamos a generar unos miedos internos en nosotros mismos, de dudas, de inseguridades... "El futuro no es perfecto, pero si emocionante". Así que muchas veces tendemos a imaginarnos nuestro futuro como menos desearíamos tenerlo. Algo contradictorio. Y a veces, sin quererlo ni tenerlo, estos miedos sentimentales o espirituales, como prefiráis llamarlo, se apoderan de tu vida de una forma casi física. No hacen que nos cueste infinidad levantarnos a media noche, pero no podemos vivir el día a día con temor en uno mismo, porque al final uno acaba convirtiéndose en su propio temor.
Nos enseñaron a confiar en los demás, pero nadie le dio importancia a creer en uno mismo y... si tú no crees en ti. ¿Quién va a hacerlo?


¿Qué sería de nuestra vida sin miedo a nada? Nada nos importaría... y qué seríamos si todo nos fuese indiferente? Toda la Nada.



Tanto miedo a perder como a que se nos quite el temor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario