domingo, 26 de mayo de 2013

38 meses escritos en "congela el momento".

En el fondo escribir es leer hacia fuera, es intentar comprenderse. Un alto grado de incomprensión —orgullosa ignorancia— es no comprender que no te comprendan. Pero existe uno mayor: incomprenderse. Y escribes para ordenarte, para desahogarte, para llorar en letras o reír entre líneas sabiendo que siempre quedará ahí.
Olvidamos los recuerdos -aunque los recuerdos no se olviden-, olvidamos a las personas y lo que sentíamos. Olvidamos su olor, el tacto de su piel, olvidamos hasta su forma de mirar (y eso que le dedicamos horas y horas a esa mirada). Aunque siempre queda un resquicio de esa chispa, como el polen en primavera que hasta que no llega el frío de Enero no se te despega del cuerpo. Pero realmente acabaremos olvidándolo. Y escribimos porque no queremos olvidarlo nunca. Esto que se transmite con cada palabra, este sentir. Nada es eterno... a no ser que lo escribas.
Tengo un amigo que está convencido de que escribimos cuando nos duele, de que esa inspiración viene del sufrimiento. Yo simplemente creo que es sentir, cuanto más fuerte sentimos, cuanto más queremos gritarlo (ya sea bueno o malo) más rápido y espontáneas salen las palabras. Solas. Al fin y al cabo sólo transmite el que siente y... puede que, en cierto modo, nos guste el dolor, quizás porque nacemos con el o porque sin él, no sé, quizás no nos sentiríamos reales. Si realmente no nos sintiéramos mal, no podríamos sentirnos bien... ¿porque bien, de qué? Sería un estado monótono y constante que no valoraríamos en absoluto. Necesitamos los contrastes de la vida para poder vivirla apreciándola.

Al final la huella que dejes en tu mundo, y en cada mundo que has compartido con tus personas, el recuerdo inamovible e imperturbable en cada lugar que has visitado y aquellos que se han cruzado en tu camino, lo que has hecho en él y para ellos, es todo lo que eres. Tu marca.

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