lunes, 12 de noviembre de 2012

1/2s.

Quién lo diría.
Que rápido pasa todo, ¿verdad? Nos pasamos la vida esperando, esperando a los queridos 18, esperando terminar el bachillerato, terminar la carrera y hasta el trabajo para obtener la jubilación y sentirte por fin en paz. Entonces desearíamos congelar el momento. Entonces esperamos no esperar, no seguir. Como si nos diera miedo avanzar, y darnos cuenta de que personas que teníamos alrededor de nosotros ya se las está llevando el tiempo. Cuánto hemos vivido ya... Sin darnos cuenta. Realmente los adultos no son tan diferentes de los jóvenes. Les diferencia la experiencia, el grado de responsabilidad de sus actos. Pero en el fondo te enfadas con tu mejor amiga con trece años y te enfadas con tu mejor amiga con cuarenta y tres. Cuando creías que ya no podía aparecer nadie más en tu vida, que ya conoces todo lo que tenías que conocer, descubres que aún quedan miles de sitios que viajar, aparecen personas que en un abrir y cerrar de ojos marcan tu vida dejando una huella clara. Más o menos como esas huellas de la playa por la parte de la arena que está algo mojada, y que al poco tiempo una ola las captura, haciendo que a penas quede rastro de ellas. La diferencia es que aquí no hay olas. Solo tierra mojada.

Que de veces nos habremos imaginado nuestra vida, nuestro futuro... ¿Y cuándo llegue a los cincuenta? ¿Estaré casada, tendré hijos, un chalet cerca de la playa...? Probablemente no viva en mi ciudad. Viviré fuera de mi país y seré rica. O mejor, estaré casada con un hombre millonario. Y tendré todo lo que quiera. Qué fácil y que gratis es soñar, ¿no?

Lo cierto es que a veces la realidad es mejor de la que creíamos. Y eso es lo que a día de hoy tenemos que tener en cuenta. Sentirte satisfecho con la vida que has llevado y tener esa seguridad de que todo va a ir bien. O no tenerla, pero quizás saber que cuentas con las personas que tienes que contar para conseguirla. Y eso es fácil. Nos podrán echar del trabajo, tendremos que prescindir de actividades que antes nos podíamos permitir sin apuros, nos conformaremos con viajar a nuestro norte en vez de visitar África, pero los mejores ratos de felicidad con los tuyos no te los puede quitar nadie. Y al final eso es tiempo. Eso es lo que cuenta. Las personas que estamos aquí, contigo. A tus cincuenta, bien mantenidos.

Que tienes tres hijas estupendas, diferentes, con sus más y sus menos, pero cada una con un futuro por delante y unas ganas terribles de vivir. Unos padres que se han permitido el lujo de ver pasar su vida y la tuya y hasta la de sus nietos más pequeños, y lo que aún les queda por ver. Es probablemente una de las cosas que más deberíamos valorar. Y poder contar con amigos de la carrera, de hace muchos muchos años pero que aún permanecen como el primer día, así como con nuevos compañeros que aportan tanto en tu vida como los de décadas anteriores. Saber que no estás sola. Que siempre quedarán cosas por hacer y sobre todo ganas de hacerlas; cientos de libros más que leer, de películas sin argumento o guión alguno que ver y no entender, de playas y montañas que caminar, ciudades que conocer, sensaciones que experimentar...


Llora si tienes que llorar. Por pensar en cuánto hemos crecido ya. En cuanto hemos cambiado. Y esa rabia y esa impotencia de no poder hacer nada, de estar atrapado en un camino sin marcha atrás, con sentido único, la vida. Pero sonríe porque la has disfrutado. Porque lo has hecho lo mejor que has sabido hacerlo. Por no malgastar el tiempo. Que si a los sesenta aún nos tenemos que tirar en paracaídas lo haremos. Aún nos queda vida y ganas. Aún nos queda tiempo.

http://www.youtube.com/watch?v=fjdskNrx9vI

Por que cuente.

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