Las
personas no saben lo que es estar solo. Quizás vivas lejos de tu gente y tu
ciudad, puedas sentirte incomprendido o podrás creer que no tienes el apoyo que
necesitas... Pero nadie llega a entender lo que de verdad significa la soledad,
hasta que vives semanas en una pequeña porción de tierra y grandes masas de
agua como único remedio a la desolación.
Aún
me resulta increíble que tenga las fuerzas suficientes para escribirlo. Que no haya
olvidado las palabras.
Todos
los días eran como dos gotas de agua y hasta dos gotas de agua eran más
diferentes que mis días. El sol como reloj y el vaivén de la marea para saber
que aún no había perdido uno de mis sentidos. Aprendí a escuchar al silencio y,
a veces, cantaba para que mi voz no se oxidara de telarañas y polvo.
Los
primeros días la inquietud me mantenía entretenido imaginándome qué iba a
pasar. Escribía distintas opciones en la orilla y confiaba que aquella que la
ola borrara más tarde correspondería con mi futuro. Poco a poco me cansé de
esperar y una sensación de rabia e impotencia me recorría las 24 o las horas
del día que viviese. Como comprenderéis medir el paso del tiempo cada vez se
hacía más pesado y creía vivir varios amaneceres en noches que ya habían sido
días.
Intenté
comunicarme. Es cierto. De esa estúpida e inútil forma como mil veces había
visto en las películas. Entonces parecía que pequeños resquicios de luz animaban
una esperanza que seguía intacta. Que no os mientan cuando digan que es lo
último que se pierde. A los días mi paciencia ya había acabado con ella, como
ella estaba acabando conmigo.
Empecé
a preguntarme qué sería de mi familia y amigos. Quién ganó la liga de fútbol
(si es que ya había acabado) y hasta me pregunté si mi hermana logró aprobar
por fin el carnet de conducir. La cantidad de fiestas y cenas ricas que me
estaría perdiendo, cómo sería el final del libro que había dejado a medias... Trataba
de mantener esos pensamientos alejados de mí, porque suponer la vida de las
personas con las que compartía mi rutina, hacía que todo mi cuerpo se
estremeciese, como si quisiera encogerse hasta romperse y desaparecer en
pedacitos.
Sólo cuando echas de menos de verdad
entiendes que el vacío también puede llegar a pesar.
Allí
comprendí lo poco que apreciamos la velocidad del tiempo que invertimos en cada
cosa; un día escribes un mensaje instantáneo a tu amigo avisándole de que
quedan 7 minutos para llegar a su casa y, al día siguiente, te ves esperando
una respuesta nosesabecuándo de nosesabequién para nosesabedónde, a una pregunta que has tardado días en lograr hacer.
'El
tiempo no pasa a la misma velocidad en todos sitios', pensaba.
Y
bueno... Supongo que la desesperación tiene un límite que me llevó a un estado
de ánimo algo complicado de definir. Era como una tregua con mi conciencia, una
liberación de mi espíritu, como una sonrisa de paz en plena guerra. Una capa de
autoprotección ante la debilidad, no sólo física, sino mental, que se había ido
apoderando de mi. Me sentí tranquilo. A veces se rema y otras tan sólo te dejas
llevar, para mi flotar allí era estar en equilibrio con el resto del mundo.
Me
dedicaba tanto tiempo que conseguí conocerme y descubrir cosas de mi que nunca
antes habría imaginado. Sé que cualquiera que observe esto desde fuera lo puede
ver como la fase en la que 'perdí la cabeza' pero, lo cierto es que, la calma
que logré sentir me ayudó a sobrevivir, y vivir un poco también, los últimos días.
Probablemente fuera irreal, la imaginación se activa de una forma asombrosa
cuando estás solo e incomunicado; imaginar no es recordar, es crear aquello que
no has visto anteriormente, y cuando llevas un tiempo sin ver ningún tipo de
realidad inventar las tuyas propias resulta mucho más sencillo.
Empecé
a creer en esa autosuficiencia que siempre había rechazado como ser social, ya
que era lo único con lo que podía contar (conmigo).
Y
yo no dejaba de repetirme; 'el ser
humano es capaz de acostumbrarse a cualquier cosa.'
Lo
sorprendente fue cuando llegue a casa. No tenía ganas de hablar con nadie, ni
de dar esas señales de vida que hace tiempo dejé de dar. Y que supongo que,
hace tiempo, la gente dejó de esperar. Al fin y al cabo ellos también se
habrían adaptado a mi ausencia, ¿no?
Terminé
mi libro y me sentó como ese primer sorbo del café de invierno que está
demasiado caliente, pero no te importa. Seguía sin darme cuenta de que ya había
vuelto a la vida real, y sentía una cierta nostalgia por la conexión que había
llegado a tener con la naturaleza todos esos días. Todo eso, que ahora, habita
en mi.
Lo
cierto es que, por mucho que pueda escribirlo o contarlo, nadie conseguirá
entender lo que para mí significa. Quizás por eso creo que nunca comunicaré
este comunicado de mi incomunicación como náufrago. Y fue a partir de entonces
cuando me di cuenta de que el contacto y la cercanía con las personas no
implicaba necesariamente una mayor relación con ellas: hay en mi ciudad, todos los
días, millones de personas que hablan sin decirse nada.
'Mi silencio allí decía más que mucho de
lo que se dicen algunas personas hoy en día'
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