La noche del 13 de septiembre de este mismo año me di cuenta de una cosa importante.
Comprendí que hay personas que han nacido con un don especial. Es algo complicado de explicar, porque al no ser propietaria de ello tampoco puedo apropiarme de lo que ello significa. Sencillamente consiguen combinar la vida y sus sentimientos (así como los sentimientos y su vida), en canciones. Y cuando todo esto explota y la música aflora logran que centenares de personas expectantes experimenten sensaciones que ni si quiera conocían. Y durante horas sientes que ya no eres tú el dueño de tu cuerpo, sino de quien eriza la piel, hace cerrar tus ojos y hace que intentes echar a volar. Entonces entiendes cuando decían: "me olvidé de poner en el suelo los pies y me siento mejor".
La música es al fin y al cabo, la fiel compañera que nunca abandona a uno. Y es en ese preciso instante, viviéndolo en directo, cuando revives por dentro y de forma inconsciente todos los momentos en los que te ha acompañado. Te dejas llevar por lo nuevo y por el sonido de cada instrumento, exprimes la fuerza de una energía infinita que podría hacer llover desiertos y oasis y que podría alimentar continentes enteros. Y el eco sigue sonando días después en la comisura de tu boca cada vez que sonríes y te acuerdas. Cada vez que piensas en volver.
Porque no se apaguen nunca las luces del concierto, porque sigáis ensanchando almas.
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